No os voy a contar nada que no hayan contado otros antes y mejor. Sontag ya escribió desde su propia experiencia sobre la mitología del cáncer; si bien después sustituyó el cáncer por el sida por ajustarse mejor a su interés por exponer la vergüenza y el estigma social que acompañan a la enfermedad mortal incurable y misteriosa.
En las décadas que han pasado desde el ensayo de Sontag, la estigmatización del cáncer se ha reducido mucho, gracias a la mejora de los tratamientos y la supervivencia de (algunos) cánceres y a la voluntad de visibilización de la enfermedad en personas públicas que la sufren. El cáncer ya no es tan incurable, ni tan misterioso.
Sin embargo, otros mitos igual de dañinos para los enfermos se han ido asentado en este tiempo. Uno de los peores a mi juicio es el de la noción del enfermo como «héroe» o «luchador-a», muy especialmente afín a la mitología del cáncer de mama. El cáncer de mama es terreno abonado para este mito, pues el porcentaje de supervivencia es alto y va relativamente incrementándose y esto juega a su favor.
Para Sontag, este mito establecía que «la remisión de la enfermedad depende de que la parte sana de la voluntad acuda con «poderes dictatoriales para subyugar a las fuerzas
rebeldes» de la parte enferma de la voluntad» que la ha generado. El héroe, valiéndose de su voluntad de superación, lucha y vence el cáncer.
Este tipo de mito del «luchador» contra el cáncer tiene la clara función social de mantener al rebaño tranquilo ante la eventualidad de sufrir la enfermedad. En efecto, el cáncer, no solo lo atrae uno sobre sí con su comportamiento, y esto es hasta cierto punto controlable, sino que además es posible vencerlo mediante el espíritu de lucha y superación. Sin embargo, este mito, pura falacia, a menudo perjudica al enfermo que a veces no se siente un luchador voluntarioso, sino que simplemente se somete a unos tratamientos que preferiría eludir si tuviera la posibilidad, o que en otras ocasiones se extenúa buscando diversas maneras de «luchar» contra el cáncer, en su afán de que no le quede nada por hacer. La lista de tareas del «luchador» es interminable: alimentación «anticáncer», meditación, planes de depuración… pero sobre todo y ante todo, mucho pensamiento positivo, esa puta tiranía infantil de la vida moderna.
El enfermo tiene miedo de sus propios sentimientos de dolor, desesperanza y tristeza, perfectamente adaptados a la situación de estrés e incertidumbre que sufre, y su entorno le anima, no, le fuerza, a negarlos y repetir una y otra vez que todo irá bien. Esto acaba generándole una soledad tremenda. En los grupos de terapia para pacientes a los que he asistido esa es la queja número uno: no se puede hablar de esto con nadie. No es que no te entiendan, es que no quieren ni siquiera oírte mencionarlo. No, ni lo digas. Tienes que ser fuerte, hay que «luchar» contra esto, mantente positivo, todo va bien. Cualquier esfuerzo es poco para subyugar la enfermedad.
Si esto os parece triste, peor es aún el destino de los enfermos que NO van a superar la enfermedad. Tras el impacto emocional del diagnóstico de la enfermedad terminal, viene la culpabilidad por no haber sido «capaz» de vencer la enfermedad… y el silencio social, que llega a ser un ostracismo. Como denuncian las asociaciones de pacientes metastásicos: ellos no aparecen en las noticias de la tele, devotas a los heroicos «luchadores» y los «supervivientes». Ellos son los descartados, los apartados, los ignorados, y viven, muchas veces durante años, con su enfermedad terminal en silencio.
Silencio que solo se rompe con el último acto de esta representación. Acto que venía descontándose y que se esperaba desde la noticia del desahucio. Actos como el de hoy: «Bimba Bosé ha perdido su batalla contra el cáncer». Pues no.
Me niego a pensar que ella haya podido perder nada. No la conozco, pero seguro que no es ninguna perdedora. Me parece una persona que ha vivido una vida intensa que la mayoría de vosotros, queridos inmortales, no vais a alcanzar. Morir es ineludible, aunque vosotros, dignos miembros de esta sociedad pueril que niega el valor al sufrimiento y a la muerte, aún no hayáis tenido ocasión de catar vuestra propia mortalidad o si la habéis tenido hayáis preferido pasar de largo y guardarla en el congelador para digerirla en otro momento más desocupado. Aunque sigáis ¿viviendo? como si fuerais a ser para siempre.
Cuando uno muere no pierde nada… si supo vivir. Solo puedes perder en vida y ahí os lo dejo, inmortalitos queridos.
Margarita Arroyo. Equipo de eventos y voluntarios de la Fundación Vencer el Cáncer.